17/7/08

Ruta Nº5: sin señales, semáforos ni controles, cóctel mortal para vecinos del barrio Ponce


Noelia Fernández
De la Redacción de “época”

Los motores de los vehículos rugen fuerte día y noche. Su paso a alta velocidad, las no permitidas en una zona urbanizada, es una constante. El peligro acecha. Todos temen ser protagonistas de un nuevo accidente fatal, como los tantos que ya sucedieron a pocos metros de la Rotonda de la Virgen de Itatí, en el acceso al populoso barrio Ponce, por Ruta Nº5, a la altura del kilómetro 1.200.
Se trata de miles de vecinos de ese asentamiento habitacional y de sectores aledaños, que cuentan la odisea con la que habitan desde hace años sin que alguien brinde respuestas, a pesar de que los accidentes se suceden con las características más trágicas.
Intentar dirigirse de un lado a otro de la ruta es una travesía riesgosa que exige tener los ojos más que abiertos y estar preparados para “el trotecito” o “la corrida” inevitables. Siendo, además, tan indispensable su cruce debido a que de ambos lados se encuentran las paradas de colectivos, un servicio indispensable para los pobladores de la zona que se hallan aproximadamente a una hora de viaje hacia el centro.
Es por dicha razón que claman que las autoridades de Gobierno o las entidades responsables “tomen cartas en el asunto” y consideran que una de las prioridades es la colocación de semáforos en los tramos más peligrosos, como lo es la curva que da directamente con el acceso principal al barrio.
Por otra parte, destacan la falta de señalización y controles siendo una zona urbanizada donde de ambos lados se encuentran escuelas a las que asisten cientos de niños de distintas edades que en horas de entrada y salida se topan con el peligro, muchos sin tener conciencia de la gravedad que significa cruzar jugando o corriendo a sus compañeritos.
“A las cinco y seis de la tarde es terrible. Ves a los chicos que salen de la escuela (la que se encuentra al otro lado del barrio Ponce, cruzando la ruta, la Nº599 “Laguna Paiva” del barrio Santa Rita) corriendo entre ellos intentando pasar para volver a sus casas. El peligro para ellos es constante, cuando los veo a veces cierro los ojos porque se me pone la 'piel de gallina' cuando cruzan en bandada, estirándose las mochilas unos a otros”, contó a “época” Aída Estigarribia, una vecina que vive a sólo cinco pasos de la ruta y a unas dos cuadras del ingreso central al barrio Ponce.
Aída es además delegada del Sindicato de Amas de Casa de Corrientes, entidad que presentará en los próximos días, tras culminar la recolección de firmas, un petitorio a los legisladores provinciales para que trabajen en un proyecto legislativo mediante el cual se disponga “por ley” la instalación de semáforos u otras herramientas viales que permitan por la zona un paso seguro de los vecinos.
El grave problema se acentúa debido a que unas viviendas se encuentran de un lado de la ruta, en tanto que la escuela y la zona urbanizada se sitúan del otro lado. Otro de los objetivos es solicitar a la Municipalidad la instalación de reductores de velocidad, debido a que los vehículos transitan a parámetros no permitidos.

Con miedo todos los días
“A mi me toca de cerca porque tengo una nena de 14 años que es disminuida visual, ella ve de lejos pero no de cerca. A las siete de la tarde esto es impresionante, es de terror, se pone 're brava' la ruta y no se puede cruzar. Yo tengo que ir a esperarla hasta la parada de colectivo porque ella llega a esa hora del colegio. A mí eso no me molesta, pero también no es justo que ella no pueda manejarse sola”, detalló Aída que además de la joven tiene un niño de dos años.
El pequeño Mauricio Agustín necesita de mucha atención porque al vivir a sólo seis pasos de la ruta, muchas veces con su triciclo se aleja demasiado de la vereda. “Con agustín estamos todo el día con los ojos muy atentos, no se lo puede dejar solo ni un segundo con la puerta sin traba”.
En cuanto a la joven de 14 años, por su problema visual requiere mucha atención y constituye el temor constante de Aída de que algo le pase al intentar cruzar la ruta para tomar el colectivo camino a casa o al colegio Santa Teresita al que asiste.
Por otra parte, quedó grabado en sus retinas el grave accidente que sufrió su vecina Ana hace poco menos de dos años cuando, junto a sus hijos, fue atropellada por una camioneta mientras esperaban en la garita el transporte de pasajeros para dirigirse a la escuela. En el lugar quedó tendido sin vida uno de sus pequeños, Rosendo, y hasta hoy la familia no puede superar el trágico suceso (ver cuadro aparte).

Ver morir
Aidé es peluquera. Vive en la esquina y frente a la considerada “curva peligrosa” que separa en dos partes a los accesos principales de calles de tierra del barrio Ponce, sólo a unos pasos de una de las paradas de colectivo frente a la estación de servicios Pacheco. La mujer habita la zona hace unos 14 años, desde 1994, y lleva en su memoria gran cantidad de hechos lamentables y posibles accidentes que no llegaron a concretarse porque “Dios es grande”, como dice.
“He visto morir criaturas, he visto volar por el aire criaturas, he visto como una familia entera fue atropellada por un coche ahí en la parada, esperando el colectivo”, dijo Aidé señalando el área de espera del transporte de pasajeros, por donde los autos y motos pasan igual a alta velocidad.
“Acá alguien tiene que tomar cartas en el asunto y poder llegar a hacer algo, que sea una solución definitiva, porque ocurre que todos ven lo que sucede y nadie sale de testigo, queda todo en la nada, quedan todos mirando sin hacer algo y cada vez se pierden más vidas”, lamentó Aidé nerviosa intentando poder hablar lo más rápido posible para dejar sentado todo lo que ocurre a pocos pasos de su hogar.
“Hoy salís de tu casa pero no sabés cómo llegás si llegás”, resaltó mostrando justo en ese instante como una joven madre intentaba cruzar al otro lado al mando de un changuito con su bebé.
“La primera vez que vi un accidente fatal fue un domingo. La ruta estaba vacía y tres hermanitos se dispusieron a pasar de la mano, cuando de repente desde la Rotonda y en dirección hacia San Luis del Palmar un coche apareció de la nada a todo lo que da y los levantó por el aire a las criaturas. Vi cómo volaron. Fue tremendo, es algo que nunca lo olvido porque fue de terror”, expresó Aidé conmocionada con ese recuerdo.
De esa manera, las historias de miedo se suceden en la ruta que con su falta de señalización, controles y con el agregado de la negligencia de las personas al volante se convierte en un cóctel mortal que quita el sueño a los habitantes del barrio que claman una solución urgente al problema. “La vida de nuestros hijos y de todos nosotros está en peligro, alguien tiene que hacer algo”, pidieron los vecinos.

Una zona liberada para las “picadas”
Según contó Aidé, la vecina que vive en una esquina a pasos del acceso principal al barrio Ponce, la ruta se convierte los fines de semana en una zona liberada donde se realizan, “inescrupulosamente”, picadas a muy alta velocidad.
“Las picadas que hacen con autos los sábados y domingos a la madrugada son terribles. Escucho el rugir de los motores que aceleran a velocidades muy altas, es increíble y nadie hace algo”, expresó la mujer.
Exigió que haya control porque en cualquier momento puede ocurrir otra tragedia. “Con las picadas no sabemos que puede pasar, llegan a la 1 ó 2 de la madrugada”, contó, agregando que las mismas son organizadas por jóvenes adolescentes.

La pérdida de un hijo por negligencia al volante
Rosendo tenía tan sólo 11 años cuando una camioneta fuera de control salió de la ruta y lo atropelló quitándole la vida al instante mientras esperaba el colectivo en la parada ubicada a solo dos cuadras de su casa. Su madre, Ana Bravo, lo acompañaba junto a sus hermanos hacia su escuela, aunque ese día cambió la rutina de llevarlos en bicicleta debido al fuerte frío que hacía esa mañana. El grave hecho que cambió la vida de la familia Romero Bravo ocurrió hace casi dos años, el 30 de julio de 2006.
“Eran las 8 de la mañana, pasaron sólo dos minutos desde que llegamos a la parada de colectivos cuando ocurrió lo que a nadie deseo que le pase, perder un hijo en una situación así es algo inexplicable”, dijo Ana a “época” mientras no podía contener la emoción y la tristeza de volver a recordar y reconstruir el trágico accidente que ocurrió en la Ruta Nº5, a sólo metros de su hogar.
“Nada recuerdo, porque desde el accidente estuve 30 días internada. Pienso que mi hijo quiso que me quede en este mundo para cuidar a sus hermanos, aunque en un momento quería irme porque no podía creer lo que sucedió”, expresó la mujer de 34 años que en su rostro refleja dolor, impotencia y cansancio por no poder lograr justicia para su hijo muerto en manos de la imprudencia al volante.
“No quiero que a alguien más le ocurra lo que le pasó a Rosendo”, dijo lamentando que ni siquiera pudo despedirse de su pequeño porque cuando fue velado y sepultado ella se encontraba en el hospital recuperándose.
El conductor del vehículo que chocó al niño era un joven de 19 años que se dirigía a la localidad de San Luis del Palmar. En la parada de colectivos se encontraba Rosendo junto a su mamá, su hermanito Damián de 9 y su hermanita Jackelin de 4 quien sufrió fractura de tibia y peroné y excoriaciones en el rostro por lo que debió quedar internada durante tres días.
El accidente de tránsito se produjo alrededor de las 8:10, a un kilómetro de la rotonda Virgen de Itatí y frente a una estación de servicios.
Una camioneta Toyota Hilux blanca, chapa patente BTE-398, manejada por Lucas Oscar Centurión que circulaba hacia el interior de la provincia cruzó imprevistamente de carril hasta salir del asfalto y chocar a las personas que estaban en la parada de colectivos.
Además de la mujer y sus hijos, había otras personas que esperaban la llegada de una unidad de la línea 101 que los transportara hacia el centro de la capital correntina, quienes salvaron su vida arrojándose hacia los costados.
La tragedia sucedió detrás de una dársena construida a un lado de la ruta y que sirve para el acceso de los micros.

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